De tesoro en tesoro, arribamos a la joya más deseada. Por algo Turismo de Honduras ubica a Comayagua, antigua capital de la República, en la Ruta Turística Maravillas Coloniales. A ella llegamos después de recorrer buena parte de la Ruta Lenca Maya en los departamentos de Copán y Lempira. Atrás dejamos también el interesante Lago de Yojoa, regresando de Santa Bárbara, a la que accedemos desde Gracias, atravesando Lepaera, Berlín y San Bartolo, por una ruta que merece mención aparte y que contaremos cualquier día, como hemos contado la quema de «las Chimeneas» de  Trinidad, que tuvimos la fortuna de presenciar en fugaz excursión desde Santa Bárbara.

La Real Villa de la Concepción de Santa María de Comayagua fue su primer nombre, aunque también se cita en 1543, por el Consejo de Indias, como Villa de la Nueva Valladolid de Comayagua, en honor a Valladolid de España, donde residía la Corte en aquel entonces. Fue la capital de Honduras hasta 1880 (1) y también fue sede del obispado de Honduras desde 1561 hasta 1916.

Hoy podemos afirmar, sin duda, que Comayagua es la capital turística de Honduras. Su mayor valor reside en el buen estado del entramado urbano, que conserva no solo el trazado original sino gran parte de los pavimentos y construcciones, incluyendo cinco templos que están entre los más antiguos de América; por orden de antigüedad son: Nª Sª de la Merced (1550), la más antigua de Honduras; San Francisco (1560), que conserva la campana más antigua de América, fundida en Alcalá de Henares (España) el año 1460; Catedral de la Inmaculada Concepción (1563), San Sebastián (1580), única que no está en el casco histórico de la ciudad, ya que originalmente estaba destinada para los negros y los indígenas, mientras las restantes eran usadas por criollos y españoles; y la de La Caridad (1629).

La Catedral sufrió ruina dos veces, construyéndose la actual entre 1711 y 1715. Tiene un órgano inglés de 1855 y en sus retablos cuenta con tallas del escultor Francisco de Ocampo, de Jaén (España). Pero de lo que más orgullosos están los comayagüenses es de su reloj, considerado el más antiguo de América y uno de los dos más antiguos del mundo. Dice la tradición que fue construido en la España musulmana alrededor del año 1100, durante la dominación de los almorávides (2). Es un reloj de engranajes (probablemente el más antiguo de estas características aún en funcionamiento), con pesas y péndulo, que, a día de hoy, marca los cuartos y las horas con precisión, bajo los cuidados de Anaín Machado. En 2007 fue restaurado por Rodolfo Antonio Cerón Martínez, maestro relojero guatemalteco.

En las placas colocadas por la Alcaldía en plazas y calles, con su nombre, se puede leer: «Una Ciudad para vivir, visitar e invertir». Podríamos añadir: «también para repasar la historia, pasear y saborear». Un ejemplo es el Colegio Tridentino de Comayagua (hoy palacio episcopal), primer colegio de Honduras, 1735, en el que se impartía estudios superiores y cuyo trámite para ser universidad se frustró con la declaración de independencia. De la misma década (de la independencia), levantada en 1820, en la Plaza de la Merced se puede ver la Columna de la Constitución, última construcción colonial en Comayagua. Conmemora la Constitución de Cádiz, de 1812, y fue restaurada en 2001 con la colaboración de la Agencia Española de Cooperación Internacional. Se le conoce también como ‘La Picota‘ porque en ese lugar se realizaban las ejecuciones públicas. También se dice que marca el centro geográfico de América.

Muy cerca, el Paseo de la Alameda que se prolonga con el Paseo de los Murales, estupenda opción para disfrutar del mejor arte callejero y poder visitar la Caxa Real o Casa de la Moneda, donde se almacenaban los tributos de las Hibueras para la Corona española. En la misma ruta encontramos la Plaza de la Juventud, con el letrero de COMAYAGUA, justo frente a la chocolatería Atucún, de parada inexcusable para catar el más preciado manjar. Pero esto merece un punto y aparte.

Cuando Efrén Elvir regresó de la emigración se encontró con que en Lomas de Cordero, en la aldea donde nació, abandonada durante años, habían desaparecido los cultivos tradicionales y lo único que resistía era el cacao. Aquello no coincidía con lo que había aprendido en sus estudios de ingeniería agroindustrial ni con lo que decían los manuales, que hablaban de otras altitudes y de una producción de hasta 25 años, cuando estaba descubriendo matas de cien años con rendimiento óptimo. Y ahí empezó todo: rescató y seleccionó semillas de cacao («comida de dioses»), «que ya estaba allí cuando llegó el abuelo»; sembró y recolectó como lo hicieron los lencas en Yarumela o Chircal, que estaba por estos valles hace 2.000 años, con unas semillas probablemente traídas por los olmecas, «que a donde iban llevaban el cacao» (que también era moneda de cambio)…

Y nació Atucún, el cacao como vehículo de cultura; decidió hacer pinol y pretendió hacerlo sólo de cacao, pero al molerlo no conseguía polvo, sino pasta; ahora hace chocolate y mucho más. Los productos que maneja Efrén, el maíz silvestre, el chile, la vainilla, el cacao, todo, de Las Montañas de Comayagua; su lema es: «del grano a la barra» o «del árbol a la barra». De Atucún sale además vinagre de cacao; se elabora un producto energético y un licor, ambos de cascarilla; se investiga sobre la metformina, «que no está en los chocolates pero sí en el cacao». El cacao da para mucho y reconoce Efrén que alguna vez se le pasa por la cabeza crear un apartado para formación de maestros chocolateros especiales. Y también profundiza sobre el «cacao ceremonial»…, porque tiene muy claro que «nuestro cuerpo está hecho de maíz y nuestra alma, de cacao».

Texto y fotos: Manolo Bustabad Rapa

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